UN ÁRABE EN MARIANAO



Mi abuelito era árabe, libanés.
Llegó a nuestra Isla a principios del siglo XX  junto a su padre.
Era un emigrante más entre tantos que llegaron a nuestras tierras en busca de prosperidad.
La tierra pinareña conoció sus inicios como vendedor ambulante.
Juntos, padre e hijo, deambulaban por caseríos y poblados ofertando su mercancía. Telas, collares, diversos adornos, especies. Todo un  surtido  de exóticas cosas que maravillaban a los pobladores de aquellos parajes.
En un lugar de la campiña conoció a mi querida abuela. Linda cubanita, de pelo rubio y ojos azules. Dulce como la miel.
Aquella muchacha, alegre y simpática le robó de inmediato el corazón al joven "moro".
Ella, huérfana de padres, se casó con el consentimiento del padrino que la crió.
La boda sencilla, sin lujos, nada más hacía falta. Sólo el amor que los unía era lo importante.
Con mi bisabuelo no sé qué pasó. A lo mejor  murió o regresó a su Líbano natal.
Vivieron en varios lugares de Pinar del Río y La Habana, pero finalmente se radicaron en Marianao, en una casona grande y soleada con patio donde las flores alegraban los días y perfumaban las noches. En el traspatio un ciruelo hacía las delicias de los nietos. Años más tarde un ciclón lo retorció y recuerdo que jugábamos, subidos a sus ramas.
Cocinaba con frecuencia exquisitos platos de su tierra natal con un arte extraordinario.
Aún recuerdo los olores y siento en la boca el sabor de aquellos manjares.
Hacía unas tortas de trigo (kibbe) rellenas de carne, riquísimas.
Tenía un mortero de piedra y allí majaba el trigo, mezclado con carne de res o de  carnero y diversas especies.
Mis hermanos, mis primos y yo, pasábamos por su lado y con mucho cariño nos daba pequeños bocados de aquella exquisita masa, aún cruda, que engullíamos con verdadero deleite y glotonería.
El carnero lo preparaba como para chuparse los dedos. Suave y jugosa la carne, se nos deshacía en la boca.
Las  hojas de uva, rellenas de arroz y carne eran otra delicia. Muchas veces las sustituía con hojas de col.
Mi abuelita los llamaba tuyuyos.
El labne (yogurt) nos encantaba. Y como olvidar aquellas aceitunas negras, tan jugosas que nunca faltaban en la mesa. Muchos años más tarde me reencontré con ellas en Bulgaria y me hicieron  recordar aquella feliz niñez.
Cuando lo visitaban sus amigos libaneses lo oíamos conversar en su lengua natal. Como siento no haber aprendido el árabe. Es una deuda que siempre he tenido con mi abuelo.
Era comerciante y fue incluso Presidente de Honor de la Sociedad Libanesa.
Tuvo una pequeña "quincalla" a la que bautizó con el nombre de mi abuelita,"Angelita" y un pequeño taller de costura.
Aún lo recuerdo cortando las piezas de tela en una mesa larguísima, lugar de reunión los días de Nochebuena.
En mi memoria lo veo vestido con nuestra típica guayabera, que estoy segura vestía con orgullo.
Nunca podré olvidar al árabe de mi Marianao natal. A aquel viejecito que por las tardes se sentaba en el butacón verde de la sala, junto a la radio y se deleitaba escuchando puntos guajiros como un cubano de pura cepa.
Ese "moro" y esa dulce cubanita, mis queridos abuelos y padrinos, viven en  lo más profundo de mi corazón marianense.






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