ABEDULES Y MATRIOSKAS





En julio del año 1974 viajé a Moscú.  La verdad que estaba muy embullada porque yo había estudiado el idioma ruso, pero era la primera vez que visitaba ese país.
Llegamos a Moscú y me impresionaron sus grandes avenidas y sus monumentales edificios.
Estaba contenta, pero que lejos me encontraba de Cuba, de mi esposo y de mi pequeña hija.
Al otro día de nuestra llegada visitamos la ciudad. Esta se encuentra a orillas del río Moscova, de ahí su nombre.
Luego de la fundación de San Petersburgo dejó de ser la capital de Rusia.
Visitamos el Kremlin, sus muros y torres se construyeron entre 1485 y 1495. Fue residencia de los zares hasta el reinado de Pedro el Grande.
Vimos el Cañón del Zar y la campana Zarina, las más grandes del mundo.
Durante nuestro recorrido vimos una especie de muñeca de madera, de formas muy interesantes que se acercó a nosotros y nos dio la bienvenida, era una Matrioska, pero nos quedamos muy impactados porque aquella pequeña muñeca hablaba y caminaba.
Seguimos visitando otros lugares y no la volvimos a ver.
Estuvimos en la Catedral de San Basilio, sus cúpulas en formas de cebollas, son todas distintas y tienen un colorido increíble.
Caminamos por la Plaza Roja, amplia y una de las plazas más famosas del mundo, ¡krasnaya!, en ruso significa hermoso.
Visitamos el Teatro Bolshoi, que es el más importante de Rusia, construido en 1825, es la sede del Ballet y de la Opera. Allí vimos una representación del Lago de los Cisnes, ballet clásico interpretado magistralmente.
Después de varios días en Moscú nuestros anfitriones nos dijeron que íbamos a visitar San Petersburgo, en esa época su nombre era Leningrado.
El viaje desde Moscú lo hicimos en tren, el tren era una maravilla, muy cómodo.
Cuando estaba tomándome un delicioso té con pastas, se sienta a mi lado la muñequita de madera que ya habíamos visto y me pregunta:
- ¿Te ha gustado el viaje?
- Si, le respondí, muchísimo ¿Cómo te llamas?
- Matrioska, me dijo y se fue.
Llegamos a San Petersburgo, la Venecia del Norte, por sus 300 puentes, 40 islas y 40 canales.
Fundada por Pedro I en el delta del río Neva, a orillas del Golfo de Finlandia en el Mar Báltico.
Las noches blancas son muy famosas y se desarrollan durante el solsticio de verano. El cielo cobra un color mágico.
En San Petersburgo visitamos el antiguo Palacio de Invierno, hoy un museo de fama internacional que atesora obras de grandes artistas, su nombre es el Hermitage.
Estuvimos en el palacio de Pedro I.  Bellísimo, construido entre 1714 y 1721.
Nos impresionó la Gran Cascada, las fuentes y los pabellones.
Paseamos en un pequeño barco por el Neva, que momentos más maravillosos.
Nuestros anfitriones nos invitaron a un almuerzo. Nos llevaron a un lugar impresionante.
Las mesas estaban colocadas en un bosque de abedules, que son unos arbustos de troncos erectos que se distinguen por su corteza blanca o gris, bellísimos.
Nos ofrecieron unos pelmeni deliciosos que es un enrollado de carne y huevo duro, también degustamos una sopa que se llama Borsch, elaborada con verduras, fundamentalmente remolachas que le da un característico color rojo y por supuesto los shashlik, brochetas de carne asada. ¡Que delicioso estaba todo!
Era el 25 de julio y una compañera se pone de pie y nos dice. Hoy cumple un año la pequeña hija de Angela así que vamos a brindar por ella y a cantarle felicidades.
Todos se pusieron de pie y comenzaron a cantar. A mí las lágrimas me corrían, pero ocurrió un hecho insólito.
Los abedules comenzaron a danzar y aparecieron cinco matrioskas, que entonaron una bella y melodiosa canción.
Aquello nos sobrecogió, era un homenaje a mi querida hija.
Terminó el almuerzo y regresamos en tren nuevamente a Moscú.
Ya en esa ciudad fui a una gran tienda que quedaba cerca del Kremlin y allí le compré a mi hija cintas de varios colores, azules. rosadas, verdes. Allí en Rusia a las niñas suelen adornarles el pelo con grandes lazos. Le compré también unos zapaticos azules claros.
Con esas cintas que compré en la capital rusa, le hacía diversos peinados a mi hija, a ella le encantaban.
Al día siguiente regresamos a Cuba. Cuando en el avión abro mi cartera, veo en el interior una Matrioska que me sonríe y me dice:
- Me voy contigo para Cuba, quiero conocer la isla y a tu pequeña hija.
Llegamos a Cuba, a mi niña le encantó la muñeca, pero la sorpresa fue grande cuando al abrirla salen de su interior tres muñequitas como ella que dijeron a coro.
- Estamos muy contentas de estar aquí y comenzaron a reírse.
¿Qué les parece el cuento?
La Matrioska está todavía con nosotros en nuestra casa en Marianao.



Madrid, marzo de 2019

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