CUENTO EL ZUNZÚN DE BAYATE

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Julio Antonio Mella es un municipio que está situado en la provincia de Santiago de Cuba, en la parte oriental de la isla de Cuba.
Fue fundado en el año 1956. 
Por fuentes y testimonios orales que se han trasmitido de generación en generación se conocía de la existencia de asentamientos aborígenes en la zona.
En el año 1983 se descubrieron en la sabana de Cayo Rey restos de pobladores precolombinos.
Aparecieron morteros de piedra, gubias de caracoles, fragmentos de hachas y pedazos de cerámica de barro.
Al parecer en 1978 existía un sitio de ganado o hato en Bayate.
Ya en el siglo XIX se practica en todas las tierras una ganadería extensiva.
Por entonces existía una profusa vegetación formada por tupidos bosques llamados por los lugareños ¡monte oscuro!
La colonia sueca se considera que había comenzado tan sólo con una pequeña tumba de monte.
En 1906 un médico sueco, junto con otros escandinavos y algunos criollos comenzaron la construcción de un pequeño ingenio azucarero en Palmarito, a kilómetro y medio de Palmarito de Cauto.
Allí surgió la leyenda de Ingrid, la bella muchacha sueca que dejó cerca del lugar del ingenio sus suecos y que al cabo de los años en ese sitio surgió un árbol que en lugar de hojas tenía suequitos de todos los colores. Una bella leyenda que corría de boca en boca.
Cerca de allí se encuentra el lugar llamado Los Mangos de Baragua, sitio donde el lugarteniente cubano y mambí Antonio Maceo, puso la dignidad de los combatientes mambises muy alta. 
La flora del lugar es riquísima. Los árboles maderables son increíbles. El júcaro, la caoba, el roble, la majagua, la ceiba, son algunos de los más preciados ejemplares.
Mi esposo nació en ese municipio, en Palmarito de Cauto.
El, mi hija y yo íbamos con mucha frecuencia a visitar a su familia.
Su hermano, su cuñada y sus hijos siempre nos acogieron con mucho cariño.
No escatimaban en atenciones.
Recuerdo los desayunos donde además del café, riquísimo, y la leche de vaca acabadita de ordeñar, no faltaban las frituras de maíz que nos encantaban ¡riquísimas!
La cuñada de mi esposo cocinaba de maravilla. Nos preparaba un congrí delicioso, masas de puerco fritas, tostones, que es el plátano verde a puñetazos. ¡Que ricura aquellas comidas! Y no faltaba el gran vaso de guarapo, que es una bebida elaborada con la caña de azúcar, muy refrescante y sabrosa.
Los sobrinos eran muy cariñosos y nos regalaban pequeños regalos. Ellos mismos los confeccionaban.
Recuerdo una pequeña muñeca que le dieron a mi hija, estaba elaborada con trapos ¡preciosa!
A mí me hicieron una bolsa. Para su elaboración utilizaron una fibra que buscaban en el bosque.
A mi esposo le regalaron un sombrero también elaborado con esa fibra.
En fin, eran muy buenos artesanos.
Paseábamos mucho por los bosques que rodeaban la casita donde vivía la familia. Era una pequeña finquita. Allí había todo tipo de animales. Desde el perro de la casa que se llamaba Torcuato, hasta conejos, gallinas, patos, y hasta un burro gris que hacía las delicias de mi hija que siempre quería montarlo, nunca lo hizo por miedo.
Una vez estábamos en un bosque precioso, lleno de árboles y de preciosas flores y en el hombro de mi pequeña hija se posó un zunzún. Este pájaro es muy bonito y pequeño.
El zunzún comenzó a hablarle a mi hija que se quedó muy asombrada.
Le dijo que él vivía muy feliz en aquel lugar y que le encantaba cuando visitaban el lugar.
Mi hija no lo podía creer. Nos llamó y nos dijo. 
-Vengan por favor, aquí hay un zunzún que está hablando conmigo.
¿Que dices muchachita?, no es posible, los zunzunes no hablan.
-Pues éste sí, nos dijo.
Ni mi esposo ni yo vimos por ninguna parte al zunzún.
-Hija tú y tus fantasías, le dijimos.
Cuando llegamos a la casa le contó a la familia lo que había sucedido.
Guillermo, el hermano de mi esposo si la creyó y le dijo:
-Debe ser el mismo zunzún que me habló una vez a mí.
Mi hija lo besó y le dijo.
-Tío tú también tienes mí misma fantasía.
Nos encantaba sentarnos en el portal, allí había un columpio que hacía las delicias de los niños y por supuesto de nosotros los mayores. 
Casi todas las casas de los alrededores tenían un columpio.
Las tías de mi esposo vivían cerca de la finquita.
Nos gustaba mucho ir a visitarlas. Mi hija disfrutaba mucho cuando íbamos a casa de las viejecitas, porque siempre tenían una sorpresa para ella. Y las sorpresas a quien no le gustan.
En una ocasión le obsequiaron un recipiente de barro llenito de dulce de coco, todos probamos aquel dulce ¡Delicioso!
Otro regalo fue una pequeña tortuguita, la habían encontrado en el río Cauto.
Aquel animalito era precioso y por supuesto lo llevamos con nosotros a nuestro regreso.
Esa tortuguita a la que pusimos Lala, estuvo con nosotros durante muchísimo tiempo, un día desapareció y no la volvimos a ver. 
A lo mejor fue en busca de aventura.

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