LOS BOSQUES ENCANTADOS DE KRIEBETHAL



Fotografía gratuita de Unsplash
 
Mi familia y yo vivimos tres años en Alemania en los años ochenta. Es un país bellísimo, con inmensos bosques y ríos.
Desde nuestra llegada nos dimos a la tarea de irlo conociendo poco a poco.
Ya conocíamos Berlín, su capital, que es una ciudad preciosa. También visitamos Leipzig, Potsdam, Dresden y Berlín Occidental.
Teníamos unos amigos que vivían en Kriebethal, en el noroeste de Sajonia.  Se encuentra en la antigua Karl Marx Stadt, actualmente es Chemnitz.
Eran un matrimonio encantador formado por Mónica, su esposo y su hija Cristina.
Nos alojamos en su casa, preciosa, con unos jardines cuajados de flores, amapolas, geranios y tulipanes rojos como la sangre que alegraban los canteros. Monika había sembrado esas maravillas y se notaba que tenía muy buenas manos porque aquellas flores eran preciosas.
Dormimos en la buhardilla de esa casa típica alemana. Nuestros amigos no escatimaban en atenciones, hicieron todo lo posible para que nos sintiéramos bien y lo lograron.
Las camas donde dormimos eran de madera, pintadas de color azul y tenían unos dibujos preciosos. Después nos enteramos de que el esposo de Monika las construyó y pintó las amapolas que las adornaban. Era un buen carpintero y también pintaba, en la casa vimos varios de sus cuadros.
Nos dieron para taparnos, porque hacía un frío terrible, unos edredones gruesos, la tela era muy bonita, tenían dibujos de flores y mariposas, la verdad que nos resguardaron muy bien de las gélidas temperaturas. Porque en Alemania hay mucho frío y en Kriebethal, ni se diga, el frío calaba los huesos.
Cristina y nuestra hija hicieron muy buenas relaciones, las dos eran unas adolescentes muy alegres e inteligentes y como mi hija dominaba el idioma alemán, no hubo dificultad ninguna para que confraternizaran.
El matrimonio trabajaba en una taberna cercana, en alemán Gastätten. La visitamos y nos encantó su preciosa edificación de mampostería y madera. Años más tarde nuestros amigos se convirtieron en sus dueños.
Monika se esmeraba en prepararnos exquisitos platos típicos. Era una cocinera buenísima. Recuerdo que nos hizo un dulce riquísimo, era una panetela con frutas diversas, fresas, melocotones, peras y por encima tenía una gelatina ¡Que cosa tan deliciosa!
Los amigos de Cristina se sintieron encantados con nuestra hija e incluso invitaron a las dos muchachas a hacer un viaje en moto por los alrededores. Mi hija disfrutó muchísimo.
Con nuestros amigos visitamos un castillo medieval que quedaba cerca.
Este castillo había pertenecido a unos nobles alemanes y estaba muy bien conservado.
Estaba en lo alto de una colina y tenía un foso por debajo del cual pasaba un arroyuelo.
Tenía una torre desde donde se veía todo el bello paisaje.
Entramos al castillo y admiramos sus muebles antiguos, sus armaduras, sus cuadros, los tapices que colgaban de las paredes, en fin, que aquel lugar guardaba muchos tesoros.
Recorrimos los bosques que rodeaban al castillo.
¡Qué maravilla!, los álamos, los olmos, los fresnos, los tilos y otras especies abundaban en esos bellos parajes.
Vimos zorros, visones, alces, corzos, jabalíes y ciervos. Que bellos animales.
Estábamos encantados con el recorrido.
Pero lo que no sabíamos que aquellos eran "Los Bosques Encantados de Kriebethal".
Así los denominaban los pobladores.
Encantados sí y pronto supimos el por qué los denominaban así.
Escogimos un lugar para sentarnos a merendar. Monika había preparado una cesta llena de golosinas, galletas, varios tipos de embutidos, pan horneado por ella, refresco de melocotón, en fin, verdaderas delicias.
Cuando disfrutábamos de la merienda vimos aparecer a un grupo de duendecillos. Unos de color verde brillante y otros de un color rosado intenso. Cada uno venía montado en una hoja de álamo y se deslizaban por la tierra, como si tuvieran patines en los pequeñísimos pies. Pero los diminutos personajes no venían solos, llegaban acompañados por unas mariposas de diversos colores que revolotearon sobre nuestras cabezas.
Nuestra hija y su amiga alemana Cristina fueron las primeras en verlos. Comenzaron a gritarnos:
- ¡Miren a los duendecillos!¡Miren a los duendecillos!
Efectivamente, todos miramos hacia el lugar que las muchachas nos señalaban y los vimos.
Uno de ellos que parecía el jefe se acercó a nosotros y nos dijo:
-Bienvenidos a nuestro bosque.
-Muchas gracias le contestamos, nos alegra muchísimo encontrarnos con ustedes.
¡Qué momento tan mágico aquel!
Le ofrecimos pan y galletas y los diminutos seres aceptaron con gusto.
Al poco rato los duendecillos nos dijeron adiós y se internaron en el tupido bosque.
Regresamos a la bella casita de nuestros amigos, allí nos esperaba una cena espectacular que agradecimos mucho y le dijimos a Monika, a su esposo y a Cristina:
-Mañana regresamos a Berlín, muchísimas gracias por todas las atenciones que han tenido con nosotros. Nunca olvidaremos este viaje y la oportunidad que hemos tenido de conocer ¡Los bosques encantados de Kriebethal!

Madrid, abril de 2019

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