LA UVA CALETA
En Cuba hay
playas preciosas de arena fina y el agua es maravillosa, de diferentes tonos
que van del verde al azul intenso.
Nuestra
familia iba mucho a la playa.
Nos encantaba
el mar, aunque mi mamá le tenía terror y entraba muy poco.
Mi hermano
Albert le daba unos sustos tremendos porque comenzaba a bucear buscando pececitos
y conchitas y se le escondía y mi mamá entraba en pánico.
Íbamos a las
playas de Marianao, a Santa Fe, Jaimanitas y a la Concha que era la más modesta
de las instalaciones existentes.
Allí había
muchos clubes de la burguesía, imposibles de visitar, pero la Concha si la
podíamos pagar. Nos encantaba.
También íbamos
a Guanabo y a Santa María del Mar. Bellísimas playas.
Disfrutábamos
muchísimo.
En una
ocasión en que fuimos a Santa María nos sentamos cerca de unas uvas caletas, su
fruto es riquísimo.
Pues en una
ocasión debajo de la mata de uva caleta vimos a un joven hermoso, alto de
expresivos ojos negros y pelo también de ese color, pero con reflejos verdes.
El joven se
acercó a nosotros y nos dijo:
- ¿Disfrutan
mucho de esta playa?
No quisimos
contestarle, nos parecía un poco fresco.
-Permítanme
presentarme. Me llamo Osvaldo y vivo aquí en esta uva caleta.
- ¿Vives aquí?
le preguntamos a coro.
- Si, soy
hijo de esta planta.
- ¿Cómo que
eres el hijo? ¡si tú no eres una uva caleta!
De pronto los
brazos y las piernas del joven se convirtieron en ramas y los ojos en frutos de
uva caleta.
Estábamos
asombrados, éramos testigos de algo excepcional, no lo podíamos creer.
De nuevo el joven
volvió a ser la misma persona que conocimos a nuestra llegada.
¡Pero cómo es
posible tamaña transformación!
-Pues, nos
dijo, soy producto de un hechizo, un día se acercó a la planta un mago que
venía de muy lejos y dijo estas palabras:
-Tú, uva
caleta tendrás un hijo, su apariencia será la de un apuesto joven, pero cuando
lleguen las dos de la tarde volverá a convertirse en un arbusto y pasadas las
tres de la tarde volverá a ser un apuesto y gallardo joven. Ese es mi hechizo.
Efectivamente
eran las dos de la tarde cuando a Osvaldo se le convirtieron brazos y piernas
en ramajes y los ojos en el fruto de la caleta. Y a las tres de la tarde volvió
a ser el mismo joven apuesto y gallardo de pelo negro con reflejos verdes.
- ¿Y eso
sucede todos los días? le preguntamos.
-No, sólo los
domingos, nos expresó.
-Hoy es
domingo, dijimos todos.
Era ya muy tarde,
nos despedimos de Osvaldo con mucho cariño.
Al siguiente
domingo de nuevo volvimos a Santa María y nos acercamos a la uva caleta, pero
Osvaldo no apareció. ¡Qué pena era tan bello!
Bueno,
pensamos, a lo mejor se rompió el hechizo.
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