MI AMIGO EL SEÑOR INVIERNO
Fotografía gratuita de Unsplash
El
invierno es una de las cuatro estaciones del año.
La
verdad que no es una de mis preferidas, pero tengo que reconocer que tiene su
encanto.
Durante
esa estación las montañas se visten de blanco, la nieve cubre calles, casas y
árboles.
Conozco
muy bien esa estación del año.
La
viví en Alemania, en Bulgaria y en una ocasión en que visité Moscú. ¡Que
fríoooo! y ahora la disfruto en Madrid, aunque en la capital de España no es
muy usual que nieve a no ser en la Sierra de Navacerrada, que este año por
cierto se ha pintado de blanco en noviembre. A los niños les encanta esta
estación. Cuando nieva se tiran de los trineos, hacen muñecos de nieve y se
lanzan bolas de nieve. ¡Como disfrutan!
El
invierno es un viejecito que viste un abrigo de pieles y lleva un bello gorro
también de piel.
En
una ocasión me lo encontré cuando paseaba por la castiza calle de Alcalá. Esa
calle me encanta.
Estaba
yo sentada en un banco viendo a las personas como paseaban y disfrutaban del
frío, bien abrigaditas por supuesto.
El
viejecito se me acercó y me dijo:
-Hola
querida señora ¿disfrutando del frío?
Yo
no le contesté, no conocía a aquel personaje tan estrafalario.
Pero
el viejecito volvió a dirigirse a mí.
-Señora,
no me tenga miedo, le pregunté si le gustaba el frío.
Como
aquel personaje insistía le contesté:
-Bueno
le voy a ser sincera, el frío no me gusta mucho, ya soy mayor y el frío me cala
los huesos y no es muy agradable, pero bueno ¿por qué insiste tanto?
-
¿No me ha reconocido señora?
-No la verdad, nunca lo había visto.
-No la verdad, nunca lo había visto.
-Pues
yo soy el invierno.
-
¡Hay Señor Invierno mucho gusto en conocerlo! Por cierto, traigo unas galletas
que hizo hoy mi nieta ¿quiere probarlas?
-Con
mucho gusto, me expresó.
El
Señor Invierno probó una galleta y me dijo:
-Que
ricassss, su nieta es una gran repostera.
-Si,
la verdad que le encanta la repostería y yo espero que cuando culmine la
escuela de cocina donde estudia, se convierta en una gran chef y en una gran
repostera.
-Dígale
señora de mi parte, que ese es también mi deseo.
-
¿Cómo se llama su nieta?
-Amanda,
le contesté.
-
¡Oh, la Bella Amanda! que bello nombre.
-Señora,
si me acompaña le voy a mostrar un lugar maravilloso.
-Con
mucho gusto, le contesté.
El
Señor Invierno me dio su brazo, que por cierto estaba helado como era de
esperar y comenzamos a caminar por un sendero para mi desconocido.
Llegamos
a un sitio increíble. En ese lugar había una pequeña casita de hielo y me
invitó a entrar en ella.
Cuando
entré en aquella casita se me erizó todo el esqueleto, había un frío terrible,
pero no quise ser descortés y no dije nada al respecto.
Ante
nosotros apareció una viejecita con el cabello blanco como la nieve.
-Bienvenida,
me dijo.
-Señora,
permítame presentarle a mi esposa.
-Mucho
gusto le dije.
La
esposa del Señor Invierno se me acercó y me dio un beso, que para mi asombro
era cálido y tierno.
La
viejecita entró en la casita y me ofreció un pedazo de pastel de castañas.
-Pruébelo,
acabo de hornearlo.
-Está
riquísimo, le dije.
-A
mi me encanta la repostería como a su nieta Amanda. Yo también estudié en la
escuela de cocina de las hadas del invierno. Por cierto, aquí hay una de
visita.
Llamó
al hada que llegó envuelta en una nube de color rosado.
-Hola
me dijo el hada, mucho gusto. Soy Adriana, el hada directora de la escuela de
cocina. -Voy a llamar a mis hermanas y a mi prima.
Llegaron
las dos hermanas del hada.
-Yo
soy Jazmina, dijo el hada que estaba envuelta en una nube de color azul cielo. Luego
llegó el hada Laura con una nube dorada a su alrededor.
-Y
esta es nuestra prima Amelia, me dijo Adriana.
Esta
pequeña hada llegó precedida de una nube color verde limón.
Yo
estaba encantada, pero se me estaba haciendo bien tarde.
-Tengo
que irme, he tenido mucho gustó en conocerlas y le agradezco al Señor Invierno
que me haya traído a esta casa.
-Señora,
me dijo la encantadora viejecita, esposa del Señor Invierno, le voy a pedir que
le lleve este pedazo de pastel de castaña a su nieta.
-Muchísimas
gracias, seguro que, a mi nieta, a mi hija y a mi yerno les encantará.
El
Señor Invierno me ofreció su helado brazo y volvimos a desandar el sendero y
cuando llegamos al banco donde había estado yo sentada el amable viejecito se
despidió y me dijo.
-Adiós
señora, sé que no soy su estación preferida, pero recuérdeme con cariño.
-Por
supuesto Señor Invierno y de atrevida le di un beso en su helada mejilla.
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