MI AMIGO EL SEÑOR INVIERNO



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El invierno es una de las cuatro estaciones del año.
La verdad que no es una de mis preferidas, pero tengo que reconocer que tiene su encanto.
Durante esa estación las montañas se visten de blanco, la nieve cubre calles, casas y árboles.
Conozco muy bien esa estación del año.
La viví en Alemania, en Bulgaria y en una ocasión en que visité Moscú. ¡Que fríoooo! y ahora la disfruto en Madrid, aunque en la capital de España no es muy usual que nieve a no ser en la Sierra de Navacerrada, que este año por cierto se ha pintado de blanco en noviembre. A los niños les encanta esta estación. Cuando nieva se tiran de los trineos, hacen muñecos de nieve y se lanzan bolas de nieve. ¡Como disfrutan!
El invierno es un viejecito que viste un abrigo de pieles y lleva un bello gorro también de piel.
En una ocasión me lo encontré cuando paseaba por la castiza calle de Alcalá. Esa calle me encanta.
Estaba yo sentada en un banco viendo a las personas como paseaban y disfrutaban del frío, bien abrigaditas por supuesto.
El viejecito se me acercó y me dijo:
-Hola querida señora ¿disfrutando del frío?
Yo no le contesté, no conocía a aquel personaje tan estrafalario.
Pero el viejecito volvió a dirigirse a mí.
-Señora, no me tenga miedo, le pregunté si le gustaba el frío.
Como aquel personaje insistía le contesté:
-Bueno le voy a ser sincera, el frío no me gusta mucho, ya soy mayor y el frío me cala los huesos y no es muy agradable, pero bueno ¿por qué insiste tanto?
- ¿No me ha reconocido señora?
-No la verdad, nunca lo había visto.
-Pues yo soy el invierno.
- ¡Hay Señor Invierno mucho gusto en conocerlo! Por cierto, traigo unas galletas que hizo hoy mi nieta ¿quiere probarlas?
-Con mucho gusto, me expresó.
El Señor Invierno probó una galleta y me dijo:
-Que ricassss, su nieta es una gran repostera.
-Si, la verdad que le encanta la repostería y yo espero que cuando culmine la escuela de cocina donde estudia, se convierta en una gran chef y en una gran repostera.
-Dígale señora de mi parte, que ese es también mi deseo.
- ¿Cómo se llama su nieta?
-Amanda, le contesté.
- ¡Oh, la Bella Amanda! que bello nombre.
-Señora, si me acompaña le voy a mostrar un lugar maravilloso.
-Con mucho gusto, le contesté.
El Señor Invierno me dio su brazo, que por cierto estaba helado como era de esperar y comenzamos a caminar por un sendero para mi desconocido.
Llegamos a un sitio increíble. En ese lugar había una pequeña casita de hielo y me invitó a entrar en ella.
Cuando entré en aquella casita se me erizó todo el esqueleto, había un frío terrible, pero no quise ser descortés y no dije nada al respecto.
Ante nosotros apareció una viejecita con el cabello blanco como la nieve.
-Bienvenida, me dijo.
-Señora, permítame presentarle a mi esposa.
-Mucho gusto le dije.
La esposa del Señor Invierno se me acercó y me dio un beso, que para mi asombro era cálido y tierno.
La viejecita entró en la casita y me ofreció un pedazo de pastel de castañas.
-Pruébelo, acabo de hornearlo.
-Está riquísimo, le dije.
-A mi me encanta la repostería como a su nieta Amanda. Yo también estudié en la escuela de cocina de las hadas del invierno. Por cierto, aquí hay una de visita.
Llamó al hada que llegó envuelta en una nube de color rosado.
-Hola me dijo el hada, mucho gusto. Soy Adriana, el hada directora de la escuela de cocina. -Voy a llamar a mis hermanas y a mi prima.
Llegaron las dos hermanas del hada.
-Yo soy Jazmina, dijo el hada que estaba envuelta en una nube de color azul cielo. Luego llegó el hada Laura con una nube dorada a su alrededor.
-Y esta es nuestra prima Amelia, me dijo Adriana.
Esta pequeña hada llegó precedida de una nube color verde limón.
Yo estaba encantada, pero se me estaba haciendo bien tarde.
-Tengo que irme, he tenido mucho gustó en conocerlas y le agradezco al Señor Invierno que me haya traído a esta casa.
-Señora, me dijo la encantadora viejecita, esposa del Señor Invierno, le voy a pedir que le lleve este pedazo de pastel de castaña a su nieta.
-Muchísimas gracias, seguro que, a mi nieta, a mi hija y a mi yerno les encantará.
El Señor Invierno me ofreció su helado brazo y volvimos a desandar el sendero y cuando llegamos al banco donde había estado yo sentada el amable viejecito se despidió y me dijo.
-Adiós señora, sé que no soy su estación preferida, pero recuérdeme con cariño.
-Por supuesto Señor Invierno y de atrevida le di un beso en su helada mejilla.




 


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